Ayer el día empezó temprano, pero no estimo que sea de interés para el lector conocer como se desarrolló mi jornada laboral. Empezamos, pues, a las 8 de la tarde en el Centro Cívico de una localidad despreciada por un tren y una carretera nacional que ponen en grave crisis la relación del pueblo con su costa. Se trataba de la presentación de la candidatura de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía en Premià de Mar, que contaba con la presencia de Albert Rivera y Antonio Robles. La lista la encabeza Celia Olmo, vecina de la localidad y conocida por su gran implicación en asociaciones de mujeres y de ayuda a los inmigrantes. No voy a resumir la conferencia porqué hemos de recordar que el título de este escrito es Una patada el culo. Lo que me interesa ahora es exponer lo que sucedía a las puertas del centro cívico. Albert Rivera comentó durante la conferencia que al entrar al local había recibido insultos por parte de unos jóvenes. Salí a llamar a unos amigos con los que había quedado para cenar y aproveché para hablar con un excompañero de actividades extraescolares que estaba en el grupo de “anarquistas” de la puerta. Hacía tiempo que no lo veía y me interesé por como le iban las cosas. Me comentó que había ocupado una casa en Santa Coloma y estuvimos hablando del problema de la vivienda. Curiosamente yo acabé abogando por los alquileres asequibles, y él por la vivienda de propiedad. Después, sorprendidos, algunos chicos más se interesaron por lo que había venido a decir. Les hablé de por qué estaba en el partido, las aspiraciones de regeneración democrática que perseguimos, los problemas de la partitocracia y la dependencia de los medios de comunicación. A los jóvenes de Ciutadans nos gusta hablar de radicalizar la democracia y ahondar en los principios republicanos de la revolución francesa: libertad e igualdad. Somos en ese sentido radicales, porque acudimos a la raíz de los problemas. Sin duda eso no les interesó demasiado, y sacaron el tema del nacionalismo. Nuestra defensa de los valores republicanos es incompatible con los sentimientos hacia la patria y la bandera, y su anarquismo -y así aclaro las comillas de antes- es fuertemente de vocación patriótica, y por lo tanto, no se sostiene. Al volver a entrar los Mossos me llamaron la atención. Pensaban que era de los “anarquistas”. Cosas del prejuicio estético.
La conferencia acabó entre aplausos de ilusión y optimismo, y con esa actitud me dirigí a cenar una espléndida barbacoa con algunos amigos. Las mongetes servían para acompañar la butifarra, el chorizo, los pinchos y el cordero. Vino, all-i-oli y pan torrado con ajo y tomate. De postre, bizcocho de chocolate. Sonó en algún momento una guitarra cuyas cuerdas tienen ya 3 años (da tanta pereza cambiarlas). Después de cenar nos fuimos a la Feria de Abril. Dimos una pequeña vuelta, saludamos a los conocidos y entramos a la caseta de Ciutadans a tomar algo de fino. Pasado un rato, fuera sucedió algo lamentable. Un compañero entró cabreado y cargado de impotencia por lo que acababa de ver. Un hombre había pegado a su mujer y tras separarlos, se fueron juntos. “Es mi mujer”, decía. La mujer, asentía. Sobre este asunto cabría reflexionar largo rato, pero debo recordar que el artículo trata de Una patada en el culo, de otro manera perdería el hilo.
He de reconocer que nuestra caseta no estuvo bien pensada. Imagino que la deformación profesional me hace analizar los espacios y sus cualidades. La iluminación de la carpa y la disposición de las mesas en el espacio no era atractiva para el baile. Pero no había razón objetiva para no echarse a bailar, el psicologismo es vencible, y además, estaba sonando Será mejor, de Muchachito Bombo Infierno. Recordé que en directo es impresionante, “Muchachito” toca el bombo de la batería, la guitarra y canta a la vez en una escena cargada de color. Mientras tocan, un miembro de la banda pinta un cuadro enorme. Hacía buena noche, y me sentía como en verano. A gusto. A gusto estábamos todos y tocó cerrar la caseta. Así que nos encontramos en la zona de carpas de la feria, y con ganas de continuar bailando.
Quedábamos cinco del partido. Ester, Jaume, Alba, Albert, y yo. También estaba con nosotros un amigo, Adrià. Delante nuestro, la caseta del PSC, que destacaba entre las presentes por ser la más llamativa. Lo que no llegué a acertar es si estaba bien pensada o bien copiada. El caso, es que la música y el ambiente invitaban a entrar. Pensé que quizás coincidiríamos dentro con Carlos, un amigo que milita en el PSC o con el primer secretario de los jóvenes de ese partido, Raúl Moreno, al que conocemos de algunos debates. Nada de eso. Me hubiese gustado saludarles, pero no estaban ahí, así que nos pusimos a bailar en círculo. En algún momento sonó Rosendo, la cosa pintaba bien. Y bailábamos. A un lado, un grupo de chicos con camisa y americana coreando con escasa armonía “Visca, visca, visca, Catalunya socialista”. Pensé que esa era una buena apuesta. El ideario de Ciutadans aboga por el socialismo democrático y el liberalismo progresista, por lo que la proclama era esperanzadora. Quizás estaban hablando de expulsar la carga nacionalista de sus propuestas. En cualquier caso en seguida nos dimos cuenta de que esa proclama no era fruto de una convicción que necesitasen explicitar sino una respuesta a nuestra presencia. Jaume llevaba una camiseta con el logo de nuestro partido, había ido vestido así a la feria y uno de los chicos cantores se le dirigió en tono bajo pero con la faz cargada de desprecio. Jaume, que es muy conciliador le contestó educadamente y abogó a favor de seguir la fiesta con tranquilidad. No fue así. Nos insultaron: fascistas, lerrouxistas! Iros con el PP, siguieron. En ese momento tuve a bien recordarles que sus compañeros canarios nos copiaron prácticamente todo el programa autonómico y que los allí presentes éramos todos exvotantes del PSC e IC V. Estaban llamando la atención, por lo que un vigilante o un representante de los jóvenes del PSC vestido con traje negro y un pin nos invitó a abandonar la carpa porque, según él, los que nos estaban insultando y empujando iban un poco borrachos. Me pregunté si sería normal que las autoridades recomendasen a los abstemios no conducir de noche porqué hay gente que conduce bebida en la carretera. Hallé la respuesta rápidamente. Curiosa solución para los autores de la represiva normativa de civismo de Barcelona. Seguimos el consejo de tan peculiar vigilante y nos dirigimos hacia la puerta. Los cantores nos seguían, insultándonos. Salíamos en fila y yo iba el último. Y llegados a este punto puede que se estén preguntando a qué viene el dichoso título. Efectivamente, es en ese momento cuando el título cobra su sentido pleno. La patada en el culo, en el mío, que para eso iba el último, fue el recurso empleado para hacer lo que otros resuelven con un simple "hasta luego". Una patada en el culo es un buen sucedáneo de despedida cuando la facultad de la palabra está missing, sumergida en alcohol o en intolerancia. Una patada a la que sólo le faltó el rebuzno para revelarse como la coz de un burro, eso sí, como los que pueblan los coches de los buenos catalanes.
Por esa patada en el culo, se nos dirigió un chico que había visto lo sucedido. Estuvimos hablando con él del talante, de lo que significa el respeto a las ideas de los demás, del valor de la palabra y el diálogo, de la normalidad democrática y también le invitamos a que venga a alguna de nuestras reuniones.
En realidad esa patada en el culo no iba dirigida a mí, se la dieron a la libertad y a la tolerancia.
Sergio Sanz, Coordinador de la Agrupación de Jóvenes de C's.
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Artículo publicado en Barcelona Liberal.
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