Otrora, enviar una postal felicitando las fiestas fue la convención aprobada socialmente. De eso, pasamos a los sms, para alegría de las multinacionales de la comunicación y desgracia del pobre quiosquero y la gente de Intermon. Pero en realidad, desear felicidad en estas fechas no aporta nada. En primer lugar, porque es protocolario, todo el mundo lo hace. Rutinariamente se dedican esas palabras incluso a gente que no nos genera simpatía. Al jefe cabrón que no nos ha subido el sueldo. Al Mosso que acaba de hacernos el control de alcoholemia cuando volvíamos de celebrar la habitual nochebuena con la familia. O a ese vecino al que tenemos manía porque pone reaggeton los sábados por la mañana a un volumen que imposibilita aliviar la resaca de la noche del viernes. Y, tal y como pasa en la economía, la felicitación pierde su valor por culpa de una inflación que, no lo duden, es cosa nuestra.
Así que si quieren ser rebeldes, estimados lectores, no se dejen llevar por el consumismo ni en estas fechas ni nunca. Se consumen buenos deseos, turrones mediocres y una falsa solidaridad para aliviar una conciencia marchitada por haber pasado un año comportándonos como auténticos cabrones, tanto con el prójimo como con el planeta. Por eso, el rebelde, cuando les feliciten las fiestas, responde con un certero puñetazo entre ceja y ceja. Y es bueno el resto del año. Esa es la auténtica rebeldía.
Salud
Así que si quieren ser rebeldes, estimados lectores, no se dejen llevar por el consumismo ni en estas fechas ni nunca. Se consumen buenos deseos, turrones mediocres y una falsa solidaridad para aliviar una conciencia marchitada por haber pasado un año comportándonos como auténticos cabrones, tanto con el prójimo como con el planeta. Por eso, el rebelde, cuando les feliciten las fiestas, responde con un certero puñetazo entre ceja y ceja. Y es bueno el resto del año. Esa es la auténtica rebeldía.
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