Seguramente convendría detenernos en este punto un momento, para reflexionar sobre qué es arte, cuál es su función y cuál es y ha sido su relación con el poder desde la noche de los tiempos a la actualidad. Pero lo que parece común en todo él, a través de la historia, es que ha servido para transmitir unas ideas a un público determinado. Por eso, cuando los artistas trabajaban para el poder religioso o político, no hacían otra cosa que representar aquello que a ese poder interesaba. Un momento simbólico para un arte que trabajaba para el poder.
¿Pero quieren los artistas, en realidad, trabajar para el poder? Todo parece indicar lo contrario y muestra de ello la encontramos en el arte crítico de vanguardias. Además, la propia Ley considera un valor a preservar la “libertad artística”. Si pusieron eso es seguramente porque les daba vergüenza revelar sus intenciones, y es que si la Ley de Universidades de Cataluña, “reivindica el catalanismo político como inspiración para a la creación de un marco propio de enseñanza superior”, no podemos pensar que quieran algo distinto para el arte y la cultura.
Por eso, cuando cínicamente dice Anna Simó -portavoz de ERC- que la nueva ley “aborda la garantía del derecho real a decidir qué obras consumir y en qué lengua consumirlas”, vemos como, finalmente, la intención de la ley no es legislar a favor de la libertad artística, sino a favor de un arte al servicio del imaginario de quien tiene el poder. Porque si realmente se busca que el artista decida, no se le debe decir sobre qué debe expresarse, ni a través de qué medios, ni a qué público debe dirigirse. Luego se verá si tiene éxito, o si tiene que buscarse otro trabajo. Sin embargo, con la nueva ley se multará a quien no distribuya al menos la mitad de las películas en catalán, y la mitad de las subvenciones al cine dependerán de la lengua en la que se vaya a rodar. De esta manera, el Tripartito de Montilla es coherente con su trayectoria, así que no está trabajando a favor de la libertad, en este caso, la artística.
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