Puede estar bien que se retiren los monumentos erigidos durante la dictadura en homenaje y para exaltación del bando que ganó la guerra. Y digo que puede estar bien y no que está bien porque habría que valorar si borrando todo rastro del pasado se facilita el conocimiento de la historia. Por ejemplo, en Praga quedan restos monumentales del comunismo que facilitan, a quien recorre sus calles, comprender el carácter prepotente de ese régimen pre democrático. Se podrían eliminar esos restos haciendo que, por ejemplo, en lugar de aparecer la estrella sobre los monolitos, aparezca la M de McDonalds. Una condena del pasado al olvido que es todo lo contrario de la memoria, y por tanto del conocimiento de la realidad. Aunque los socios capitalistas de McDonalds estarían, seguro, encantados con el cambio.
Lo que está claro es que las 4.000 placas con las que el Instituto Nacional de Vivienda del franquismo publicitaba los edificios promovidos como vivienda de protección social, y que el Ayuntamiento de Barcelona se dispone a retirar con un coste de 50.000 € para las arcas municipales, no representan ni la exaltación de la sublevación militar ni la represión de la dictadura. Racionalmente, informan sobre un momento en la historia de la ciudad. Es un simple dato. Y la consecuencia de retirar esas placas, dificulta conocerlo porque ya no bastará con ir por la calle, sino que habrá que recurrir al registro catastral. Justo lo contrario a facilitar, que es lo que dice perseguir dicha ley. Con lo que, retirar esas placas, se convierte en una muestra de cinismo político. Porque el mismo partido que promueve una Ley, actúa en contra de los propios objetivos que dice defender.
Otra cosa es que la damnatio memoriae siempre haya sido útil para la propaganda. Aunque quizás, si nos olvidáramos de todo, como dice Félix de Azúa, ¡que pureza!
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